Ahora que la
pintada de homenaje a Miquel Pedrola ha recuperado su transcendencia hay gran
expectación por ver como poco a poco se descubren más trozos de historia de la
época ya que ese particular homenaje no
fue un hecho único sino que formó parte de un amplio movimiento.
Parece que
entre enero y septiembre de 1937 se
produjo una avalancha de peticiones a la Generalitat de cambio de nombre tanto
de pueblos como de calles en Cataluña. Se intentaba así reforzar el sentimiento
colectivo de reconocimiento a todos aquellos símbolos que daban sentido a la
lucha y, también, diluir todos aquellos nombres que tuviesen algo que ver con
temas religiosos y otros vestigios del antiguo orden.
A través
de libros de interés como Carrers de
Barcelona: com han evolucionat els seus noms de Josep M Huertas y Jaume
Fabré descubrimos que la calle Sant Elm se denominó Amadeu Colldeforns, político
que murió en combate el 19 de julio. La calle Almirall Aixada se dedicó al piloto
Cabré Planas, el primer aviador republicano que cayó en el frente de Aragón. La
calle del Marqués de la Mina se dedicó al Capitán Arrando, que cayó
luchando cuando se dirigía a defender el edificio de Capitanía. La calle Rector
Bruguera pasó a llamarse de los Guardias Salvat y Manzano, en honor de Palmiro Salvat Mir y Enrique
Manzano caídos en el alzamiento. La calle Soria se transformó en la calle Anarquistas
y la calle San Carlos tomó el nombre de la Columna Durruti-Farràs que partió de
Barcelona con el objetivo de recuperar Zaragoza. Por poner algunos ejemplos.
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